martes, 2 de febrero de 2010

Sísifo, el héroe absurdo. (El mito de Sísifo. Albert Camus)

Camus y su época

El paso del siglo XIX al XX trae consigo un agitado ambiente político y social a nivel internacional: rivalidades entre las sociedades industrializadas, que desembocan en la Primera Guerra Mundial; depredadoras proyecciones colonialistas; lucha popular contra el poder establecido, que halla su máxima expresión en la Revolución rusa...

Los esquemas económicos y sociales habían cambiado radicalmente a partir de la revolución industrial; pero ahora, con la entrada de los Estados Unidos en el círculo del poder mundial, el auge de la civilización occidental comienza a imponer el paradigma capitalista en el resto del mundo, y el colonialismo, más que un sentido político, adquiere un sentido económico y cultural.

También se produce un giro en el pensamiento: frente a la pasión romántica, se impone la razón; frente al determinismo que regía el destino humano, el psicoanálisis pone de relieve los impulsos inconscientes de la mente; frente a los valores morales absolutos, adquiere mayor relevancia la conciencia de libertad individual del hombre; frente a la creencia en un dios todopoderoso y protector, cunde la falta de fe y la sensación de desamparo en esta vida... Así, el hombre se siente dueño de su conducta y responsable de sus actos, con toda la angustia y el miedo al fracaso que eso conlleva.

Camus nace en Mondovi (Argelia) en 1913. Durante toda su vida desarrolla una actitud comprometida: milita primero en el Partido Comunista y se integra después en el movimiento libertario, apoyando activamente revueltas obreras como la de Alemania Oriental, en 1953, o la de Poznan (Polonia), en 1956.

Alterna las colaboraciones en el diario Paris-Soir y en la prensa libertaria con su actividad literaria. La temática de sus obras gira en torno al desajuste entre el hombre y su mundo, que le impide a aquél alcanzar la felicidad, especialmente cuando toma conciencia de la absurda relación que se establece con su entorno vital. En El extranjero, Meursault, incapaz de participar de las pasiones de los hombres, vive su propia desgracia desde la más absoluta indiferencia, y a pesar de sentirse inocente del crimen del que se le acusa, se muestra pasivo: ni se rebela, ni se arrepiente. Su otra novela, La peste, narra con un sentido metafórico una historia en la que la solidaridad, la honestidad y otros valores morales se ponen a prueba entre los habitantes de una ciudad cuando ésta se ve asolada por una epidemia. Su obra teatral El malentendido pone de relieve el modo en que el destino rige la vida de los hombres y los conduce a un desenlace trágico. El hombre rebelde constituye un ensayo sobre los motivos del hombre para rebelarse contra los principios pretendidamente superiores.

En 1957 recibe el premio Nobel por “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”. En efecto, el contenido de su obra, considerada en conjunto, recoge lo que se ha dado en denominar “filosofía del absurdo”. No obstante, la forma de pensamiento de Camus no puede considerarse ni una doctrina ni una filosofía, ya que él mismo rechazaba la fe en los valores absolutos, tales como Dios, la Historia o la Razón, por considerarlos abstracciones que alejan al hombre de lo humano, y por tanto no se inscribía en corrientes como el cristianismo, el marxismo o el racionalismo hegeliano. El sentimiento del absurdo no es, pues, una ideología, sino una toma de conciencia de la condición trágica del hombre, que se encuentra implícita en su propia esencia, y por tanto una actitud vital ante tal realidad.

Camus muere en Le Petit Villeblin (Francia), en 1960.


El absurdo

A principios del siglo XX, el pesimismo se apodera del hombre, que deja de sentirse conforme con su vida y con el mundo irracional en el que habita: la existencia entraña un continuo sufrimiento y carece en sí misma de sentido, pues al final la muerte acaba con todo. Así las cosas, y ante la imposibilidad de luchar contra su destino trágico, el hombre empieza a plantearse si vale la pena vivir.

En El mito de Sísifo, Camus propone una respuesta a esta cuestión apoyándose en el mito de Sísifo: la imagen de éste empujando ladera arriba una roca que rodará ladera abajo para que él la vuelva a subir hasta la cima… eternamente, constituye una metáfora del trabajo alienador, el esfuerzo inútil y sin sentido al que el hombre actual está sometido cotidianamente y del que no podría escapar sino a través del suicidio. La vida en sí misma es una tragedia para el hombre, ya que el mundo que le rodea resulta absurdo y al final lo único que le espera es la muerte; para colmo no existe un dios que pueda guiarle o reconfortarle, por lo que él se siente responsable, incluso culpable, de su situación. En este sentido es en el que, a falta de defensa psicológica, el suicidio podría suponer una liberación, pues pondría fin al absurdo; no obstante, la reflexión final de Camus, “Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”, abre otra alternativa.

El absurdo es una realidad consustancial a la vida humana, está ligado a su ser en cuanto que existe necesariamente en el mundo: se inserta en su vida y se manifiesta en cada uno de sus actos. Cualquier cosa que haga el hombre carece de sentido, pues la muerte acecha en cualquier paso.

La felicidad no puede encontrarse, por tanto, en la esperanza; podría residir en todo caso en el desconocimiento. Sin embargo, desde el momento en que comprende que su vida carece de un sentido transcendente, desde el momento en que el hombre toma conciencia de lo absurdo de su relación con el mundo y, aun sabiéndose limitado para cambiarla, adopta una postura vital ante ella, se hace dueño de su destino, pues está en su mano poner fin a su existencia. Así, la falta de esperanza por saberse preso en un mundo absurdo no le lleva a la desesperación, sino a formar parte activa de ese absurdo y a encontrar la felicidad en sus inútiles actos.

Sísifo resulta, pues, ser un héroe absurdo, al que la vida ha colocado en una situación irracional, con la que en principio no se identifica, pero en la que finalmente termina por participar, hasta el punto de llegar a alcanzar la felicidad.


La tragedia de Sísifo

Según la tradición griega, Sísifo, hijo de Eolo y Enarete, fue fundador y rey de Éfira (la antigua Corinto). El rasgo primordial de su carácter es su astucia, envanecido de la cual se atreve a desafiar a los dioses.
No está muy claro cuál fue el hecho concreto que motivó su castigo, pues las fuentes literarias hacen referencia a diferentes episodios:
- Egina, hija de Asopo, había sido raptada por Zeus transformado en águila; Sísifo reveló al padre el paradero de su hija a cambio de que hiciera fluir un río en Corinto, y éste creó el manantial de Pirene.
- Tal indiscreción no fue perdonada por Zeus, que envió a Hades a que lo encadenara y lo arrastrara a los infiernos. Sin embargo, Sísifo, con engaños, consiguió encadenarle a él y se libró momentáneamente del castigo.
- Ares fue entonces el encargado de llevarle al Tártaro, pero también a él le engañó: le dijo que su mujer no había tenido tiempo de enterrarle y honrarle como mandaba la tradición, y le pidió volver a la tierra, con el compromiso de regresar al día siguiente. Naturalmente, no cumplió su compromiso.
Sea como fuere, que bien puede ser que todas estas cosas sucedieran y concurrieran para motivar la ira de los dioses, lo cierto es que Sísifo fue conducido por Hermes a los infiernos, y castigado a empujar ladera arriba una gran roca, que al llegar a la cima volvía a caer rodando hasta la llanura, para que él la empujara de nuevo ladera arriba… y así una y otra vez.

Al margen de los remotos orígenes tradicionales, el origen literario del mito de Sísifo está en los versos 593 a 600 del Canto XI de la Odisea. Homero narra cómo Ulises describe en el palacio de Alcino todo lo que presenció durante su estancia en el reino de los muertos, y se refiere al tormento de Sísifo de este modo:

Después vi a Sísifo padeciendo también los más crueles tormentos, pues con los dos brazos hacía rodar una enorme piedra: ejerciendo fuerza con manos y pies, empujaba la piedra hacia lo alto de la montaña, pero cuando estaba a punto de alcanzar la cima, una fuerza superior la rechazaba, y entonces la piedra por su propio peso volvía a rodar hasta la llanura. Entonces Sísifo comenzaba de nuevo a empujar la piedra con esfuerzo, y el sudor corría por sus miembros y un vapor espeso subía de su cabeza.


También Virgilio, en el libro VI de la Eneida (versos 607-619), nos describe la visión del Averno, y uno de los castigos a que son sometidos los condenados recuerda al de Sísifo:

Aquí los que odiaron a sus hermanos mientras vivían,
o pegaron a su padre y engaños urdieron a sus clientes,
o quienes tras encontrar un tesoro lo guardaron para ellos
y no dieron parte a los suyos (éste es el grupo mayor),
y los muertos por adulterio, y quienes armas siguieron
impías sin miedo a engañar a las diestras de sus señores,
aquí encerrados aguardan su castigo. No trates de saber
qué castigo o qué forma o fortuna sepultó a estos hombres.
Unos hacen rodar un enorme peñasco y de los radios de las ruedas
cuelgan encadenados; sentado está y lo estará para siempre
Teseo, desgraciado, y el misérrimo Flegias a todos
advierte y a grandes voces avisa por las sombras:
“Aprended advertidos la justicia y a no despreciar a los dioses”.

Aluden asimismo a él, directa o indirectamente, como una mera referencia genealógica o topográfica, otros autores clásicos:

- Eurípides, en Ifigenia en Áulide (versos 513-525), identifica a Sísifo con el padre de Ulises, de lo que se deduce que éste habría heredado de aquél su astucia.

MENELAO: ¿Cómo? ¿Pero quién te va a forzar a matarla?
AGAMENÓN: Toda la concurrencia del ejercito de los Aqueos.
MENELAO: No, si la envías de nuevo regreso a Argos.
AGAMENÓN: Esto podría ocultarlo, pero aquello no conseguiremos ocultarlo.
MENELAO: ¿El qué? No hay que temer en exceso a la multitud.
AGAMENÓN: Calcante revelará al ejército argivo los oráculos.
MENELAO: No, siempre que muera antes, y eso es fácil de llevar a cabo.
AGAMENÓN: Ambiciosos y perversos los adivinos todos.
MENELAO: No son ni útiles ni inútiles cuando se presentan.
AGAMENÓN: ¿Y no tienes miedo de lo que me acaba de venir a la mente?
MENELAO: Si no me lo dices, ¿como voy a interpretar tus palabras en ese sentido?
AGAMENÓN: El hijo de Sísifo conoce todos estos planes.
MENELAO: No es Odiseo lo que a ti y a mí nos va hacer daño.

- Sobre el origen genealógico del personaje y el castigo al que fue condenado también nos habla Apolodoro en su Biblioteca:

Eolo, que reinó en región cercana de Tesalia, denominó eolios a los suyos; y casado con Enárete, hija de Deímaco, tuvo siete hijos: Creteo, Sísifo, Atamante, Salmoneo, Deyón, Magnes y Perieres, y cinco hijas: Cánace, Alcíone, Pisídice, Cálice y Perímede. (…) Sísifo, hijo de Eolo, fundó Éfira, ahora llamada Corinto, y se casó con Mérope, hija de Atlante. De ellos nació Glauco, quien engendró en Eurímides a Belerofontes, el cual mató a la ignífera Quimera. Sísifo, en el Hades, fue condenado a voltear con manos y cabeza una piedra queriendo elevarla, pero ésta, aunque impulsada por él, retrocedía. Sufre este castigo a causa de Egina, hija de Asopo, pues se dice que cuando Zeus la raptó, Sísifo se lo reveló a su padre, que la andaba buscando.

Ya en nuestro tiempo, Robert Graves ha llevado a cabo una actualización del mito, poniendo de relieve por un lado la astucia de Sísifo, al engañar por dos veces a los dioses del Tártaro, y por otro lado su generosidad, al considerar que el castigo que le había sido impuesto por su indiscreción al revelar a Asopo el paradero de Egina, estaba compensado con el pago que obtuvo de él: la creación de un manantial que proveyera de agua a los habitantes de Corinto.


De la tragedia al absurdo

La tragedia griega plantea una situación que supera al hombre, que le sume en la más profunda desgracia, especialmente cuando toma conciencia de ella, cuando sabe que tiene que vivir con ella.

En la tragedia, son los dioses los que deciden la suerte de los hombres, y por tanto los responsables. En el pensamiento del siglo XX, en cambio, después de siglos de lucha, el hombre ha alcanzado la libertad, la capacidad de regir su propio destino, y ya no cabe responsabilizar a un dios todopoderoso, ni siquiera es posible refugiarse en un dios que le proteja del mundo, ni buscar consuelo en un dios paternal que le ayude a sobrellevar la carga de una vida sin sentido.

El hombre del siglo XX no termina de encontrar su lugar en el mundo, está como desubicado, viviendo todos los días una vida que siente que no le corresponde. Y desde el momento en que toma conciencia de ello, y comprende que no puede hacer nada por salir de ese absurdo círculo vital, es cuando se asemeja al personaje de la tragedia griega (con la diferencia de que al menos éste podía acudir a la inescrutable voluntad divina para explicar su situación). Y así, al ver al hombre moderno inmerso en su rutina, no resulta difícil identificarlo con aquel Sísifo condenado a empujar ladera arriba la gran roca que, irremediablemente, él lo sabe, caerá ladera abajo en el momento de alcanzar la cima, para que él tenga que volver a empujarla ladera arriba.

Empleando el término en un sentido coloquial, nada filosófico, podríamos preguntarnos si hay algo más absurdo que un trabajo como este, y sin duda así lo debieron de entender aquellos dioses cuando lo eligieron como el peor de los castigos. Sin embargo, Camus propone superar ese concepto de lo absurdo como una conclusión, como un callejón sin salida, y adentrarnos en él como un punto de partida desde el que comenzar a interpretar la realidad que nos rodea y sobre el que edificar la vida cotidiana.


El mito de Sísifo como expresión de la teoría del absurdo

Inspirándose en la figura de Sísifo, a quien los dioses han condenado a realizar eternamente un trabajo carente de sentido, Camus teoriza sobre el absurdo:

- el mundo está deshumanizado, de lo que se deduce que la relación entre el hombre y el mundo en el que vive es absurda;
- el hombre consume su vida desarrollando continuamente un esfuerzo inútil, pues, haga lo que haga, al final la muerte lo aniquila todo;
- cuando toma conciencia de esa falta de integración en el mundo y de que el trabajo que realiza carece de sentido, se da cuenta de su tragedia y se sume en la más profunda desgracia;
- ante la imposibilidad de alcanzar la felicidad, no le queda más salida que el suicidio, la renuncia a vivir;
- sin embargo, desde la conciencia de la intranscendencia de su vida y de la inutilidad de sus acciones, el hombre absurdo no se resigna, y alcanza a actuar tomando la decisión de formar parte activa de ese absurdo en el que está inmerso; y así, si la tragedia de tener que vivir una vida sin sentido le abocaba al suicidio, él, dueño de sus actos, es capaz de asumirla y decide seguir viviendo.

El ensayo comienza con Un razonamiento absurdo. Para Camus, la cuestión fundamental que debe plantearse el hombre es si vale la pena o no vivir la vida.

Desde luego, vivir no resulta fácil en un mundo tan ajeno, tan extraño, tan hostil para el hombre; cuando éste es consciente de lo desgraciado de una existencia sin sentido, en la que no es posible alcanzar la felicidad, lo más coherente parece ser poner fin a la vida. Quienes optan por el suicidio son aquellos que, después de reflexionar sobre su situación, llegan a la conclusión de que no merece la pena vivir, o bien, sencillamente, no comprenden el sentido de la vida; sin embargo, el hecho de que alguien entienda y sienta que no vale la pena vivir no implican que la vida no tenga sentido, y del mismo modo el hecho de no encontrar sentido a la vida no impone tener que renunciar a ella, aunque esta sea en principio la postura más coherente.

A lo largo de toda su vida, el hombre puede seguir pensando que la realidad que le rodea es ese mundo antropoformizado que él se ha creado, o que ha interpretado según sus propios intereses, o bien cerrar los ojos, evadirse, y mantener en todo caso la esperanza de que el mañana será mejor que el presente. Sin embargo, el absurdo se encuentra en todas partes, en la propia esencia del hombre, desajustado en el fondo del mundo que le rodea, con lo que en cualquier momento uno termina por verlo, se da cuenta de la realidad y comienza a reflexionar sobre ella, comprendiendo (de acuerdo con Jaspers, Kierkegaard o Husserl) que ésta es la que es, y que el mañana no la mejorará; que en todo caso la empeorará, pues podrá llegarnos la muerte sin que hayamos alcanzado nuestras metas o reduciendo a la nada nuestros logros. Cuando uno toma conciencia del absurdo, no hay más alternativa que continuar inmerso en la rutina (pero ya no será posible hacerlo desde el desconocimiento, desde la evasión, pues la conciencia le habrá abierto los ojos a su trágica realidad y le hará inevitablemente desgraciado). Continuar, o suicidarse, porque esta última parece, en efecto, la única salida lógica para el hombre racional: uno no puede vivir en un mundo que no comprende, y lo más coherente es abandonarlo.

Sin embargo, no es posible explicar la realidad en su totalidad a través de la razón, y existe una salida alternativa, diferente de la resignación o el abandono: tomar conciencia del absurdo que rige la relación entre el mundo y el hombre, asumir el desajuste entre ambos y admitir que la existencia no tiene un sentido más allá de la realidad presente y concreta. Según esto, la coherencia no estaría en acercarse al borde, ver el precipicio y dar el salto, sino en saber mantenerse en ese borde vertiginoso. Cuando uno toma conciencia de sí mismo y de sus limitaciones, y del mundo y de las que le son propias, y entiende que no puede comprender su existencia en el mundo porque en el fondo ésta no tiene un sentido transcendente, asimila el absurdo. Y desde esa conciencia del absurdo, ejerce su libertad de continuar o no con su vida: acabar con ella es rendirse, renunciar, claudicar, mientras que seguir viviendo es aceptar día a día el desafío de mantener el absurdo, de formar parte de él, no desde la aceptación resignada, sino desde el ejercicio activo de la toma de decisiones. La conciencia del absurdo libera al hombre del peso de la responsabilidad, ya que, como ser limitado, sabe que sus actos no tienen un sentido transcendente, una dimensión futura, sino que tienen un valor inmanente, en esta sucesión de experiencias presentes que es la vida.

El hombre absurdo, al que Camus dedica la segunda parte del ensayo, es, por tanto, aquel que, reconociéndose limitado, actúa en libertad; es consciente de que sus actos no tienen transcendencia futura y las cosas que hace no las hace pensando en el porvenir; se siente, pues, responsable, pero no culpable de sus decisiones.

Ejemplos de hombres absurdos serían el donjuán, el actor de teatro y el conquistador. El concepto del amor del primero, entendido como una sucesión de experiencias sin proyección en el futuro, nos ofrece un modelo de cómo debe considerarse la propia existencia. El actor intentar dar lo mejor de sí sobre un escenario, aunque sepa que su actuación se ve limitada a un breve período de tiempo y que, una vez concluida, no ha de quedar nada de ella. Por último, el conquistador opta por el camino de la acción, en lugar del de la contemplación, aunque desconozca si tendrá o no porvenir, y aunque sepa que su empresa lleva implícito un riesgo de muerte y por tanto existe la posibilidad de no alcanzar su meta.

También la creación puede ser absurda: desde la creación concreta de cualquier obra literaria, hasta esta creación infinita de la que forman parte el mundo y el hombre. La creación absurda, a la que se dedica la tercera sección del ensayo, plantea la posibilidad de configurar un universo, con sus personajes, sus normas, sus acciones… pero que no entraña una finalidad en sí mismo, que carece de sentido y no tiene transcendencia.

Por último El mito de Sísifo encierra una metáfora que, mediante la imagen del personaje empujando ladera arriba la gran roca, consciente de que, ineludiblemente, ésta rodará ladera abajo para que él vuelva a empujarla otra vez hasta la cima, contribuye a ilustrar visualmente la vida del hombre absurdo, condenado a realizar indefinidamente un trabajo que carece de sentido, y del que, a pesar de no alcanzar a comprenderlo, el decide formar parte activa.

Al acudir a un mito griego para sintetizar las conclusiones de su ensayo, Camus confiere a éste una dimensión ultracultural: de algún modo, pone de manifiesto con ello que la teoría filosófica desarrollada en las páginas precedentes hunde sus raíces en los orígenes remotos del pensamiento clásico, aquellos en los que, en definitiva, se inspira el modo de vida y el pensamiento actual.


Sísifo, el héroe absurdo

“Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvería a caer por su propio peso”.

De este modo comienza el capítulo que culmina el ensayo. A través de la referencia a este mito, Camus sintetiza todo lo expuesto: la imagen de Sísifo realizando eternamente un trabajo sin sentido puede interpretarse como una expresión del absurdo vital que preside la relación cotidiana del hombre con el mundo, a la que se ve sometido, no ya por imposición de los dioses, sino por exigencias de su propia existencia. Y añade:

“Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”.

En efecto, según la traición mítica, la actividad de Sísifo había sido concebida por los dioses como una condena, un terrible castigo a su soberbia, a su intento de burlar la voluntad divina. Como ha quedado ya señalado, distintas fueron las causas que pudieron motivarlo. Lo que cabe considerar ahora es si finalmente el pretendido castigo fue tal.

La premisa de la que se parte es la de que no hay peor tragedia para el hombre que verse sometido por tiempo indefinido a una vida que carece de sentido para él y de la que no tiene esperanza de salir. Ese desajuste entre el hombre y su mundo que refleja el mito de Sísifo, empujando ladera arriba una y otra vez la pesada roca, es el mismo que encontramos en el hombre moderno: “Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño… y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo”. Es fácil no encontrar sentido a una vida semejante; si acaso se puede albergar la esperanza de que al día siguiente, o en un futuro más o menos cercano, la situación cambie, y en esta espera ir soportando la existencia dentro de ese mundo extraño, ajeno.

Una vez planteado el tema, Camus se introduce en él a través de un triple movimiento, como si de un acercamiento de cámara cinematográfica se tratara.

Primero nos presenta la realidad objetiva, como si la contempláramos a cierta distancia:

“Lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta”.

A continuación, el punto de vista se coloca en la misma posición de Sísifo, el cual

“ve entonces cómo la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior, desde el que habrá de volver a subirla hasta las cimas y bajar de nuevo a la llanura”.

Sísifo contempla con indiferencia la realidad: sabía lo que iba a suceder, porque hasta el momento siempre ha sido así, y aunque la realidad puede cambiar, no le sorprenderá que ésta se repita, una y otra vez... Y de este modo, se encamina ladera abajo hasta la llanura para volver a empujar su piedra.

En un tercer plano, la introspección se hace más profunda y penetramos en la mente de Sísifo:

“Esta hora, que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses es superior a su destino. Es más fuerte que su roca. Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia”.

Sísifo conoce la realidad, lo cual no significa que la acepte pasivamente, con sumisión: al contrario, él sabe que la piedra rueda ladera abajo, no porque los dioses lo hayan decidido así, sino sobre todo porque él la ha subido hasta la cima; él es, pues, el responsable, y por tanto forma parte activa de esa realidad absurda. Y en esta conciencia es donde reside precisamente su tragedia: si al menos empujara la piedra pensando cada vez en la posibilidad de que ésta pudiera quedarse en la cima, albergaría una esperanza en su esfuerzo una y otra vez repetido. Pero entonces verla caer le llevaría a la desesperación. Por el contrario, él sabe que su esfuerzo no tiene sentido y subir la roca no es para él un propósito, sino simplemente un trabajo en sí, desprovisto de una finalidad específica; y eso, lejos de llevarle a la desesperación, le hace más fuerte, como la roca que empuja.

Esta es la tragedia del obrero actual: puede realizar todos los días el mismo trabajo, intentando darle un sentido a su monótona tarea, a menudo con la esperanza de que su situación vital mejore; pero cuando toma conciencia de que su vida será siempre igual, y de que en todo caso lo que en el futuro le espera es la muerte, se sume en la desesperación. “Comenzar a pensar es comenzar a estar minado”, dice Camus en otra parte del ensayo.

El problema, pues, aparece en el momento en que el hombre empieza a reflexionar sobre su existencia:

“Las verdades aplastantes perecen de ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe”.

Edipo, ciego durante toda su vida a la realidad trágica que le rodeaba, se sentía feliz; sin embargo, cuando descubre la verdad, toma conciencia de la tragedia que él mismo ha originado y de la que no puede escapar, y opta por mutilarse los ojos para no verla. Pero su desgracia va más allá de lo que puede contemplarse con la vista.

“Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo”.

Sin duda, en esos momentos de reflexión el hombre se atormenta preguntándose las causas que le han conducido a la situación en la que se encuentra. Y puede hallar respuestas, o no. En el caso de Sísifo,

“Difieren las opiniones sobre los motivos que le llevaron a convertirse en el trabajador inútil de los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. (…) Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada”.

En efecto, es posible que las primeras veces que bajara en busca de su roca, después de verla con desesperación rodar de nuevo hasta la llanura, reflexionara sobre su vida, y por su mente desfilaran aquellos actos que pudieran haber motivado su condena eterna: ¿Cuál fue la causa? ¿Acaso lo fue el hecho de delatar a Júpiter, raptor de Egina? ¿O el hecho de burlarse de Hades, encadenándolo? ¿Acaso lo fue el intento de engañar a Ares, con el fin de eludir la muerte? ¿O acaso lo fueron los tres actos de soberbia juntos?

“Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poder sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní”.

Probablemente, en los primeros momentos de su condena, el corazón de Sísifo se debatiera íntimamente entre tres sentimientos contradictorios: puede que a veces su inclinación natural a la soberbia le llevara a enorgullecerse de haber sido útil a Corinto proporcionándoles a sus súbditos un manantial, pero también puede que a veces se arrepintiera de aquella misma inclinación y, reconociendo sus pecados, pidiera a los dioses, como cuenta Mateo que hizo Jesús la noche antes de ser crucificado, que apartaran de él aquel amargo cáliz; por otro lado, también es posible que ante lo absurdo de aquella situación, sabiéndose irremediablemente preso en un mundo que no podía comprender y al que sentía que no pertenecía, Sísifo albergara la idea de resignarse, de abandonarse a su suerte y acomodarse a aquella vida que los dioses habían decidido para él... y tal vez aquella hubiera sido la postura más coherente.

Sin embargo, no siempre es fácil encontrar una explicación a la situación en que nos encontramos: “Quiero que me sea explicado todo, o nada”, exige el hombre. Pero “este mundo, en sí mismo, no es razonable” (…) y “el espíritu despertado por esta exigencia busca y no encuentra sino contradicciones y desatinos”. La causa de esta ausencia de explicación, nos aclara Camus, reside en que tratamos de hallar el porqué del absurdo que nos rodea, y en realidad el absurdo está también en nosotros mismos: “Lo absurdo no está en el hombre (...) ni en el mundo, sino en su presencia común”, o, dicho de otro modo, en “ese divorcio entre el espíritu que desea y el mundo que decepciona”.

Pero un día (si es que en los infiernos el tiempo se cuenta por días), en alguno de aquellos atormentados descensos en busca de la pesada roca, del mismo modo en que la reflexión hizo aparecer en su corazón la conciencia plena de su tragedia, llega a su espíritu un sentimiento que terminará por superar al dolor producido por aquella sinrazón. Sísifo sabe ya que es inútil buscar una explicación a lo que carece de sentido, pero a la vez se resiste a resignarse. La postura coherente no se encuentra ni en la aceptación ni en el abandono, sino en la rebelión. Y la brasa que queda de la soberbia que movió su vida prende de nuevo en una reacción íntima de desprecio hacia quienes le han puesto en esa situación:

“La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio. Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría”.

Y, a pesar de su absurdo trabajo, o mejor dicho, gracias a su absurdo trabajo, empieza a ser feliz. En efecto,

“la dicha y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables”.

Sísifo encuentra así la alternativa coherente que le permite seguir viviendo, sin esperanza pero sin caer en la desesperación, en aquella absurda situación: asumir que el trabajo que realiza es inútil, que no tiene sentido en sí mismo, pero que en el fondo tampoco tiene por qué tenerlo. Se ha dado cuenta de que juzgar si un trabajo tiene sentido o no supone insertarlo en una escala de valores, considerar su calidad y darle transcendencia; pero un trabajo como el suyo, que se repite ilimitadamente, no puede juzgarse por la calidad, sino únicamente por la cantidad de veces que se realiza. De este modo, consigue despojar su trabajo de transcendencia y no plantearse si es bueno o malo, ni frustrarse por no encontrarle sentido: sencillamente lo realiza, una y otra vez, sin sufrir por tener que hacerlo.

Su conciencia le ha hecho comprender el verdadero papel que desempeña en esa tragedia: él es parte activa en ella, en un nivel similar al de los propios dioses que concibieron el trabajo como un castigo. Ahora, realizarlo es voluntad suya, y no de éstos, y eso le hace libre; ya no actúa conforme a lo que se le ha encomendado como castigo por toda la eternidad, sino que se limita a empujar la roca ladera arriba. Y si rueda ladera abajo, volverá a subirla a la cima. Y eso es todo. Esa falta de transcendencia, actuar sin pensar en lo que sucederá después, le da independencia (“Lo absurdo me aclara este punto: no hay mañana. Esta es en adelante la razón de mi libertad profunda”), y despojar de valoración el trabajo, no juzgar si tiene o no sentido, sino realizarlo sin más, es lo que le permite dejar de verlo como un castigo.

Los dioses habían impuesto a Sísifo un trabajo que, por lo monótono y carente de sentido, consideraban que sería una condena. Pero se equivocaban: aquel trabajo sí tenía sentido: la intención de castigar la desafiante soberbia de Sísifo. Sin embargo éste, plenamente consciente del absurdo en que se encontraba inmerso, decide dejar de ser una víctima y participar activamente en él; consigue así introducir su propia voluntad en su realización para dejar de verlo como una imposición, y además despojarle de transcendencia y quitarle la penosa consideración originaria.

“El hombre absurdo dice ‘sí’ y su esfuerzo no terminará nunca”. (…) “Sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él”.

Y al ver a Sísifo descender a por su piedra, y empujarla ladera arriba con resolución, con dignidad (“Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres. Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa”), consciente de que no hay ninguna razón para que no vuelva a rodar pero tampoco para que no permanezca en la cima, uno no puede menos que pensar en los obreros de Poznan, cuyo levantamiento contra los dirigentes polacos apoyó Camus.


Conclusión

“Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo”.

El hombre absurdo es aquel que no hace nada por lo eterno, y eso le confiere libertad; no se plantea cuestiones morales y actúa sin pensar en el futuro, como el donjuán, y vive la vida como una eterna sucesión de presentes, como el actor. Pero, sobre todo, el hombre absurdo actúa: actúa movido por un espíritu rebelde, por una capacidad de decisión de ejecutar su trabajo, a pesar de saber que éste carece de sentido, que le coloca en un nivel no inferior al de aquellos que en su momento tomaron la decisión de castigarle obligándole a realizarlo.

El ensayo se cierra con el siguiente párrafo:

“Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega la los dioses y levanta las rocas. El también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. (…) El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso”.

Volvamos por un momento a la primera frase de este capítulo:

“Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de un a montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.”

y veamos ahora cómo el propio condenado, consciente de lo absurdo de la situación en la que está inmerso, y adoptando una rebelde actitud de participación en él, ha conseguido superar esa consideración de cadena perpetua de su trabajo.

Retrocedamos aún más, hasta la idea inicial del ensayo:

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”.

para llegar, con Camus, a la conclusión de que, por absurda que resulte la vida, siempre merece la pena vivirla.

Sísifo, habiendo despojado de sentido y de transcendencia la penosa actividad que realiza, y habiéndose igualado a través de ella a los propios dioses que se la encomendaron, es capaz de hallar en su inútil trabajo la felicidad: no se deja llevar por la esperanza, porque sabe que no hay futuro, ni por la desesperación, porque sabe que no tiene sentido; se siente libre porque decide hacerlo por su propia voluntad, y porque decide seguir viviendo. Así, el trabajo carente de sentido que hubiera sido motivo suficiente para renunciar a la vida, constituye para Sísifo la auténtica razón para seguir viviendo.

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