martes, 2 de febrero de 2010

Arqueología 2. La Edad Media y la arqueología crematística

En la actualidad, la arqueología constituye una ciencia social que, a través de los restos materiales pertenecientes a civilizaciones pasadas, intenta conocer cómo eran éstas en cada momento de su historia y explicar el proceso que las llevó a desaparecer, o bien a evolucionar, perpetuándose en culturas posteriores.
Sin embargo, no siempre fue así. Si bien es verdad que todo grupo humano siente cierto grado de curiosidad por sus orígenes, en los primeros siglos de nuestra era los vestigios del pasado, encontrados generalmente en enterramientos, eran considerados sin valor o interpretados como una especie de “reliquias” vinculadas a héroes de gloriosas etapas anteriores de su propio pueblo, y revestidas por tanto de un significado mítico religioso.
El pensamiento medieval entraña, en cierto modo, una prolongación de esta concepción religiosa de la vida, si bien la referencia a los antecedentes culturales no se encuentra ya en las leyendas sobre los héroes locales, sino en la Biblia. Así, el hallazgo de restos materiales procedentes de civilizaciones anteriores (hallazgos casuales, pues la búsqueda intencional aún habría de tardar) distaba mucho de ser interpretado desde cualquier perspectiva historicista, ni siquiera por eruditos de la época como Carlomagno: las joyas encontradas en los enterramientos eran valoradas desde un punto de vista fundamentalmente crematístico, dinerario; las esculturas podía tener en todo caso algún valor artístico, pero desde luego, los utensilios de menaje, la cerámica, las herramientas, etc. carecían absolutamente de valor y eran despreciados, ya que los “anticuarios” medievales no sabían, o no tenían ningún interés en atribuirles una significación cultural. En efecto, éstos no pueden considerarse arqueólogos en un sentido estricto, ya que aún están muy lejos de albergar presupuestos científicos que les lleven, no ya a especular sobre la trascendencia histórico-cultural de los hallazgos, sino ni siquiera a transformar éstos en datos clasificables o generalizables. Si máximo interés residía, por el momento, en poseer, coleccionar, atesorar… objetos antiguos de indiscutible valor crematístico. Incluso el valor artístico que atribuían a algunos de ellos no dejaba de resultar un tanto peculiar, ya que estaba pasado por el fino tamiz de su concepción del mundo, indisolublemente unida a la religión. En este sentido, toda ruina de monumento o de edificación antigua era “saqueada” en busca de cualquier objeto que pudiera tener algún valor: desde las esculturas de deidades grecorromanas, que eran despectivamente mutiladas por ser consideradas paganas, hasta los bloques de piedra de templos y palacios, que eran reutilizados en la edificación de los muros de nuevas construcciones tanto religiosas como civiles, pasando por las joyas o monedas halladas en los enterramientos, que terminaban formando parte de las colecciones privadas con un significado casi dinerario.
La baja Edad Media, sin embargo, con sus cambios sociales y económicos, traería una renovación del pensamiento. La nueva nobleza y la incipiente burguesía intentan justificar su irrupción en el poder estableciendo vínculos con un pasado glorioso que les dé prestigio, y el período clásico de Grecia y Roma se convierte así a la vez en antecedente remoto (saltando el oscuro período altomedieval) de la civilización occidental y en referente ideológico sobre el que desarrollar la nueva cultura europea.
Ahora sí que se empieza a excavar buscando vestigios del pasado, pero todavía o existe un interés científico que impulse a la reflexión sobre la significación de los hallazgos; tan sólo un matiz se añade a la consideración crematística que hasta entonces habían tenido los restos materiales de la antigüedad: las piezas de arte grecorromano encontradas, además de ser objeto de deseo entre coleccionistas ansiosos de aumentar su prestigio, constituyen una fuente de inspiración creativa para los artistas del momento, lo que, dicho de otro modo, significa que comienzan a ser contempladas como un hecho artístico en sí mismas.

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